No te pierdas las primeras partes de esta serie sobre alimentación saludable:
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Leer Parte 2
Leer Parte 3

¡Ahora sí! Te has esmerado en preparar tu menú con anticipación, no te faltó nada del mercado, te levantaste temprano para preparar ese delicioso «nuevo platillo» que estás segura será un éxito. Emocionada sirves los platos, los llevas a la mesa y tu marido e hijos se te quedan mirando y después de hacer silencio, uno de ellos tiene la amabilidad de decir: «¡¿Qué es eso?!» y el otro dice: «¡Yo no quiero! ¡Aaaahhhgg!» – «¡Pero si sólo son chícharos glamorosos!»

¿Te suena?

Quiza el reto más grande que enfrenta una mamá en el tema alimentación es lograr contagiar a la familia de ese entusiasmo y sobre todo, que se coman lo que sirves. A mí me ha pasado y quiero compartirte lo que me ha funcionado:

1. No mueras en el intento: ¡PERSEVERA!

Cuando por primera vez les preparé lechada de almendras a mis hijos, los dos hicieron cara de «fuchi», la probaron y dijeron: «¡no me gustó!» ¿Sabes qué hice? (después de recuperarme de la desilusión), la preparé constantemente con singular alegría probando nuevas combinaciones de frutas y las bebí a diario. Ellos lo vieron. Seguí ofreciendo nuevos sabores y colores; al cabo de unas dos semanas mis hijos empezaron a tomarlas y hoy en día es lo primero que piden al levantarse. La clave es insistir, comerlo tú, que lo vean seguido en la mesa, presentarlo de diferentes formas. Por ejemplo, si no comen calabazas, prepáralas en crema, en sopa, asadas con parmesano, rellenas de queso, con carne y elotes, etc. Una de esas versiones ¡seguro pega!
Es normal que haya resistencia a los sabores nuevos y más si la dieta ha sido la misma. Si no estás o está tu familia habituada a comer abundantes vegetales, o algún alimento en particular, no desesperes; es poco a poco, ¡verás avances!

2. Sé consciente de lo que estás transmitiendo

Como decía en el primer artículo de esta serie, el camino hacia los buenos hábitos alimenticios comienza por ti. Para cambiar tu manera de vivir, primero tienes que cambiar tu manera de pensar. Piensa positivo de la comida, habla bien de la comida, saboréala, debe ser un disfrute y un gozo.
Si el tema comida es un dolor de cabeza, si no quieres entrar a la cocina y te pesa, pues eso vas a transmitirle a tu familia; aunque no lo digas, los niños leen nuestro lenguaje corporal y nuestras actitudes. Si es un tema al que estás abierta y hay entusiasmo, también lo transmitirás. Yo te sugiero que pienses en tooodos los beneficios a mediano y largo plazo: ¡relájate y disfrútalo!

3. Haz de la hora de la comida un momento especial

La hora de la comida es una oportunidad de platicar, de apagar la TV, de compartir la comida y de hacer sobremesa. Sé que cuando hay niños pequeños a veces es difícil porque se inquietan, se quieren levantar a la menor provocación y se distraen fácilmente. Yo a la hora del desayuno procuro platicarles cómo amanecí, que soñé y qué planes tengo para mi día, y ellos así me cuentan y también recordamos anécdotas divertidas. Otras veces salimos a las áreas verdes de donde vivimos y hacemos picnic, eso les emociona mucho y disfrutamos la comida de manera diferente.

4. Involucra a tu familia en la cocina

Para Patricio, mi hijo menor, a la hora de preparar la comida, yo soy su «chefa» (el femenino de chef, ja) Diariamente me acompaña a preparar al menos una cosa en el desayuno o la cena; le encanta preparar smoothies conmigo o tostaditas de aguacate o hot cakes, o lo que sea.
Esto hace que cuando se siente a la mesa, la comida ya no sea desconocida, le genere expectación y se interese más. Lo mismo hice y sigo haciendo con mi niño mayor.
Involucra a tus niños en las compras, que sientan la textura de las frutas y las verduras, los olores, que te ayuden a lavar frutas, a poner la mesa, que participen en la elección del menú, etc.

5. Piensa cómo introducir un nuevo alimento

A veces minimizamos la capacidad que tienen los niños de entender. Cuando yo voy a darles algo nuevo de comer, trato de platicarles previamente de mi nuevo descubrimiento. Les cuento la diferencia entre un alimento vivo por ejemplo y uno procesado; les hablo en palabras sencillas del efecto de la comida industrializada, del exceso de azúcar y de lo que está pasando con nuestro campo y la comida transgénica. Ellos lo entienden y se van educando. Los expertos dicen que a un niño pequeño hay que ofrecerle un nuevo alimento al menos unas 10 veces. Ten paciencia. Si tienes una visión a mediano y largo plazo, ¡vale la pena! Como mamás nos toca el papel de educar el paladar de nuestra familia, de nosotras y la constancia dependerá.
Te comparto algunos alimentos que podrían considerarse difíciles para que los coma de forma cotidiana un niño y que mis hijos comen: brócoli, apio, lentejas, cilantro, aceitunas, perejil, arroz, frijoles, pollo, papa, pescado, atún, calabazas, avena, aguacate, lechugas, pepino, zanahorias, espinacas, carne de res, de cerdo, atún, y prácticamente todas las frutas y lechadas vegetales.

6. No te agobies por un poco de «mugrerito»

Un gustito, una comida chatarrosa, condimentada, grasosita de vez en cuando, no mata, no pasa nada. No soy de la idea de prohibir alimentos o golosinas a nuestros niños ni de vivir la alimentación como una «dieta». Prohibir es contraproducente. Mi experiencia con ese tema es ésta: antes metía a mi carrito galletas y chocolates para darles postre a mis niños. ¿Qué pasaba? Pues lo lógico: estaban ahí en mi alacena a la disposición y como era normal, ¡querían ir a la tiendita diario! Ahora no son alimentos que proveo directamente. Trato de preparar yo los postres. Y cuando se les antoja una bolsa de papas o un chocolate se las compro y se acabó. Hay una gran diferencia entre comer eso de vez en cuando a hacerlo tu estilo de vida.

Pero, ¿y mi esposo? ~ Sé tú la influencia

Aquí tengo que contar lo feliz que me siento al ver los grandes cambios que mi marido ha tenido con respecto al tema y por lo que creo que vale la pena perseverar. Cuando estás convencida de que algo es correcto o bueno para tu familia, no desistes.

Hace aproximadamente un año y medio comencé a hacer pequeños cambios, como sustituir la sal refinada o el azúcar. Ha sido un largo camino hasta llegar al día de hoy, pero quiero compartirte que cada cambio era cuestionado y rechazado de antemano. Al principio mi esposo me veía con cara de estupefacción tomar mis bebidas verdes, él no quería ni verlas. En las comidas a veces tenía que hacer dos versiones: la saludable y la que era para él. En el camino he tenido que salir de mi zona de confort para encontrar el equilibrio en mi familia, buscar alternativas, recetas nuevas y que se adapten a nosotros, y probar sin desistir. Ha sido poco a poco, pero a paso firme. Puedo decirte con alegría que hoy comemos el mismo menú todos. Mi marido tiene un tiempo tomando jugos verdes y ha eliminado de su dieta habitual el refresco, además de tener toda la disposición a continuar y mantenernos así.

Ante todo, aprende a escuchar a tu cuerpo, a descubrir qué te cae bien, qué te inflama, qué te indigesta, qué te llena de energía; cada organismo es distinto y es perfecto.

Ya para terminar… Recuerda que alimentar es un acto de amor

Dar de comer se traduce en una forma más de decirle a mi familia que me importa, y que la amo. Al preparar un buen plato de sopa con amor, estarás dando amor. Recuerdo perfecto mi casa materna, a mi madre cocinando, los olores, los sabores y cómo la comida puede transmitirnos que alguien nos ama.

Actualmente hay muchos estudios serios que explican la directa relación entre la comida y nuestros estados de ánimo; comer es un proceso químico y están involucradas nuestras hormonas y nuestro cerebro. La buena alimentación no es un asunto de dietas, de moda y tampoco es un asunto secundario. Estoy convencida de que la educación que podemos brindar a nuestros hijos es un asunto INTEGRAL. No sólo es lo académico, es cuerpo- mente-espíritu. Si me esfuerzo por darles las mejores herramientas para que aprendan matemáticas por ejemplo, ¿por qué la comida va a ser un asunto menor? es cuestión de prioridades y de tener la visión de un proyecto de vida.

Si desarrollamos amor y conciencia en ellos por la tierra, la comida real y el ritual de comer, estaremos dándoles herramientas para una mejor calidad de vida y conciencia para cuidar nuestro planeta. Para mí, es ¡un estilo de vida!

Con todo mi amor,

Betty Martínez es comunicadora de profesión, fotógrafa y autodidacta apasionada de los temas relacionados con los niños y la alimentación. Educa sin escuela a sus 2 hijos de 9 y 4 años. Escribe en su propio blog: Homeschooling Entrenando la Vida.

No te pierdas las partes anteriores de esta serie:

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Si deseas conocer más sobre
este estilo de vida,
no te pierdas mi libro:
AprendizajeSupraescolar.

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